martes, 21 de diciembre de 2010

EL PARQUE, LAS FRONTERAS (Y LOS FACHOS)

Elizabet le dijo al periodista, sin dejar de amamantar a su beba, que "si quiere le llevo a la tienda que vivo con mis hijos, para que vea. Siempre nos han discriminado, me han dicho bolita de mierda. Y ayer Juan me dijo: yo vuelvo al parque, Elizabet, quédate con los niños; dicen que van a volver a entrar, y yo quiero una casa para mis hijos. El quería sostener la bandera para que se vea mejor". Y Juan volvió caminando rápido al Parque, donde estaban sus paisanos. Allá era uno más.

Uno más, de los miles de trabajadores bolivianos que se desloman ante la overlock para hacer camperas de renombradas marcas, esas que no van a poder comprar. De los miles que meten las manos hasta el vientre de la tierra para cosechar el ajo y las verduras que se comerán en mesas que no son las suyas. Uno más, de los miles que fabrican los ladrillos que formarán las casas que no podrán habitar. De los miles que suben los andamios una y cien veces, para levantar esas torres que te hacen parecer del primer mundo, Buenos Aires.

Buenos Aires, reina del plata, que no podés esconder los miles y miles de bolivianos, paraguayos, correntinos, santiagueños, porteños que duermen en tus calles, bajo tus puentes, amontonados en hoteles y villas, tan cerca de tus bacanales, de tus lujos.

Al lado de Elizabet, el-vecino-indignado-Jorge-de-Soldati se queja: "yo pertenecí a la barra de Chicago, y los que estamos detrás de los monoblocks somos todos hijos de policías y gendarmes, hay muchos comerciantes. Acá hay muchos argentinos con hambre, como para mantener gente que viene de otro lado".

A Juan la bala le acertó en el pecho, ahí en el medio del Parque, para que suelte la bandera.

Dicen que la disparó un lumpen, un comerciante 'asustado', un vecino indignado. Uno que gritó 'bolivianos de mierda'. Dicen que la disparó el jefe de gobierno desde una sala de prensa. Que la disparó un federal, un metropolitano, uno de civil. Que la disparó un secretario de la mujer del pañuelo blanco que se convirtió en desarrollador inmobiliario (y delator). Que la disparó el ministro de bigotes, duhaldista portador sano, el que estuvo cuando cayó Darío, cuando cayó Maxi, cuando cayeron Mariano, Roberto, Bernardo y Rosmery. Piqueteros, militantes, tobas, inmigrantes, no le hacen asco a nada.

O será que la dispararon todos, que lo gritaron todos, aunque unos estén "Haciendo Buenos Aires", y otros "Distribuyendo la riqueza".

Y Juan quedó desnudo, más pobre que nunca, más jodido que cuando cruzó la frontera porque la revolución del Evo no repartió el trabajo, ni las tierras, ni las minas.

Así se lo devolvieron a Elizabet, que ahora no tiene techo y tampoco tiene a Juan.

Y lejos del Parque los plumíferos de la prensa oficialista encontraron archivos 'demoledores', y las tapas del monopolio dieron su versión. Por miles buscaron confundir, dividir, ensuciar. Para que la patriotería prenda en miles que manejan las mismas overlocks, que cosechan las mismas tierras, y suben los mismos andamios, pero nacieron de este lado de la frontera.

Si la clase obrera argentina no siente en el pecho, ahí mismo donde le pegó a Juan, el golpe contra sus hermanos, está condenada. Si no abraza (aunque sea a lo lejos) a Elizabet y sus chicos, si no tensa el puño, si no putea, si no se la jura al nene bien de ojos azules que pide orden en la Ciudad, si no suelta las otras banderas (las inútiles) y dice 'hermano', está condenada.

Porque la presidenta coqueta y el ministro de bigotes criticarán al niño bien de ojos azules y dirán que en la Argentina del Bicentenario no habrá palos, pero que "la seguridad también es un derecho humano". Y los jóvenes de la Cámpora no podrán apagar tanto fuego y dirán que sí, que hay que defender el modelo. Y algunos se la creerán.

Pero como dijeron los padres, los abuelos de Juan, cuando en el socavón de la mina de San León votaron a mano alzada las Tesis de Pulacayo, "solamente los traidores y los imbéciles pueden seguir sosteniendo que el Estado tiene la posibilidad de elevarse por encima de las clases sociales y de decidir paternalmente la parte que corresponde a cada una de ellas". Seguirán abundando las balas y faltando los techos.

Por eso, por Elizabet y nuestros hermanos, para vengar a Juan y levantar su bandera, haremos esa revolución que repartirá los techos y los panes, los libros y las flores, la que derribará todas las fronteras de la humanidad para derrotar la desdicha, el hambre, las cárceles, las guerras.

Ahora es cuando diremos, y no habrá Estado ni gendarmes (ni cantos de sirena) que puedan detenernos. Todos los parques serán nuestros, serán de todos.



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Télam. El director del SAME, Alberto Crescenti, informó que el joven de 19 años que murió esta noche fue sacado por la fuerza por desconocidos cuando ya estaba en la ambulancia. Crescenti dijo que el joven estaba herido y que lo sacaron de la ambulancia y lo "remataron en el lugar".

Los vecinos-indignados, los barras y los sin-gorra están cebados. "La seguridad es un derecho humano", gritan desencajados. "Yo pago los impuestos" dicen. Se sienten como policías formoseños en medio de tobas, como patoteros de Pedraza entre tercerizados, en zona liberada.

La crónica de Juan ya parece vieja. No por las banderas, ni por el llamado a derribar las fronteras. A los fascistas no se los convence, se los combate.

1 comentario:

  1. Una verdadera tristeza...el mundo esta lleno de fachos.
    Que muera el Estado de una buena vez,que se destruyan las fronteras...¿o no se dan cuenta que no sirven para nada más que para crear la desigualdad entre los seres humanos?

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