Elizabet  le dijo al periodista, sin dejar de amamantar a su beba, que "si quiere  le llevo a la tienda que vivo con mis hijos, para que vea. Siempre nos  han discriminado, me han dicho bolita de mierda. Y ayer Juan me dijo: yo  vuelvo al parque, Elizabet, quédate con los niños; dicen que van a  volver a entrar, y yo quiero una casa para mis hijos. El quería sostener  la bandera para que se vea mejor". Y Juan volvió caminando rápido al  Parque, donde estaban sus paisanos. Allá era uno más.
Uno  más, de los miles de trabajadores bolivianos que se desloman ante la  overlock para hacer camperas de renombradas marcas, esas que no van a  poder comprar. De los miles que meten las manos hasta el vientre de la  tierra para cosechar el ajo y las verduras que se comerán en mesas que  no son las suyas. Uno más, de los miles que fabrican los ladrillos que  formarán las casas que no podrán habitar. De los miles que suben los  andamios una y cien veces, para levantar esas torres que te hacen  parecer del primer mundo, Buenos Aires.
Buenos  Aires, reina del plata, que no podés esconder los miles y miles de  bolivianos, paraguayos, correntinos, santiagueños, porteños que duermen  en tus calles, bajo tus puentes, amontonados en hoteles y villas, tan  cerca de tus bacanales, de tus lujos.
Al  lado de Elizabet, el-vecino-indignado-Jorge-de-Soldati se queja: "yo  pertenecí a la barra de Chicago, y los que estamos detrás de los  monoblocks somos todos hijos de policías y gendarmes, hay muchos  comerciantes. Acá hay muchos argentinos con hambre, como para mantener  gente que viene de otro lado".
A Juan la bala le acertó en el pecho, ahí en el medio del Parque, para que suelte la bandera.
Dicen  que la disparó un lumpen, un comerciante 'asustado', un vecino  indignado. Uno que gritó 'bolivianos de mierda'. Dicen que la disparó el  jefe de gobierno desde una sala de prensa. Que la disparó un federal,  un metropolitano, uno de civil. Que la disparó un secretario de la mujer  del pañuelo blanco que se convirtió en desarrollador inmobiliario (y  delator). Que la disparó el ministro de bigotes, duhaldista portador  sano, el que estuvo cuando cayó Darío, cuando cayó Maxi, cuando cayeron  Mariano, Roberto, Bernardo y Rosmery. Piqueteros, militantes, tobas,  inmigrantes, no le hacen asco a nada.
O  será que la dispararon todos, que lo gritaron todos, aunque unos estén  "Haciendo Buenos Aires", y otros "Distribuyendo la riqueza".
Y  Juan quedó desnudo, más pobre que nunca, más jodido que cuando cruzó la  frontera porque la revolución del Evo no repartió el trabajo, ni las  tierras, ni las minas.
Así se lo devolvieron a Elizabet, que ahora no tiene techo y tampoco tiene a Juan.
Y  lejos del Parque los plumíferos de la prensa oficialista encontraron  archivos 'demoledores', y las tapas del monopolio dieron su versión. Por  miles buscaron confundir, dividir, ensuciar. Para que la patriotería  prenda en miles que manejan las mismas overlocks, que cosechan las  mismas tierras, y suben los mismos andamios, pero nacieron de este lado  de la frontera.
Si  la clase obrera argentina no siente en el pecho, ahí mismo donde le  pegó a Juan, el golpe contra sus hermanos, está condenada. Si no abraza  (aunque sea a lo lejos) a Elizabet y sus chicos, si no tensa el puño, si  no putea, si no se la jura al nene bien de ojos azules que pide orden  en la Ciudad, si no suelta las otras banderas (las inútiles) y dice  'hermano', está condenada.
Porque  la presidenta coqueta y el ministro de bigotes criticarán al niño bien  de ojos azules y dirán que en la Argentina del Bicentenario no habrá  palos, pero que "la seguridad también es un derecho humano". Y los  jóvenes de la Cámpora no podrán apagar tanto fuego y dirán que sí, que  hay que defender el modelo. Y algunos se la creerán.
Pero  como dijeron los padres, los abuelos de Juan, cuando en el socavón de  la mina de San León votaron a mano alzada las Tesis de Pulacayo,  "solamente los traidores y los imbéciles pueden seguir sosteniendo que  el Estado tiene la posibilidad de elevarse por encima de las clases  sociales y de decidir paternalmente la parte que corresponde a cada una  de ellas". Seguirán abundando las balas y faltando los techos.
Por  eso, por Elizabet y nuestros hermanos, para vengar a Juan y levantar su  bandera, haremos esa revolución que repartirá los techos y los panes,  los libros y las flores, la que derribará todas las fronteras de la  humanidad para derrotar la desdicha, el hambre, las cárceles, las  guerras.
Ahora  es cuando diremos, y no habrá Estado ni gendarmes (ni cantos de sirena)  que puedan detenernos. Todos los parques serán nuestros, serán de  todos.
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Télam.  El director del SAME, Alberto Crescenti, informó que el joven de 19  años que murió esta noche fue sacado por la fuerza por desconocidos  cuando ya estaba en la ambulancia. Crescenti dijo que el joven estaba  herido y que lo sacaron de la ambulancia y lo "remataron en el lugar".
Los  vecinos-indignados, los barras y los sin-gorra están cebados. "La  seguridad es un derecho humano", gritan desencajados. "Yo pago los  impuestos" dicen. Se sienten como policías formoseños en medio de tobas,  como patoteros de Pedraza entre tercerizados, en zona liberada.
La  crónica de Juan ya parece vieja. No por las banderas, ni por el llamado  a derribar las fronteras. A los fascistas no se los convence, se los  combate.